viernes, 4 de mayo de 2012

Para morir entre extraños


Míralo, es un niño, pero sus ojos son los de un anciano: ceniza de fuegos a medio recordar. Si parpadeas: un hombre viejo entonces, una mirada inmaculada; su boca un rictus de dolor o de dudas. Cierras los ojos un instante: ahora un joven, un mirar de animal disecado, gestos de improvisada taxidermia. Y miras de nuevo y alternan como entre latidos algo de proteo y esquizofrenia.
Extiende las manos, joven o viejo, mirando el cuerpo extraño que habita, en asombro inocente o amargura senil.
Entonces habla. Su voz surge de profundidades que no existen. Lo más triste en ella es esa nota de fascinación por la ciudad marchita, repetida. Esa amargura que se adivina debajo, ese extravío. Un monólogo de fracturas.
Noche a noche lo veo (niño, anciano, joven) siempre perdido, siempre sorprendido ante los nombres de las calles, ante la arquitectura mediocre de esta ciudad gris. Siempre en añoranza de un exotismo que no llega.
Todos los caminos conducen a Roma  dice, de pie ante mí, el joven, cetrino, delgado y que podría ser bello de no ser por su rigidez de animal disecado. Su voz suena como viniendo de un pozo, es la voz extraña de ciertos ancianos que suenan como niños.
Odia esta ciudad, sus horizontes repetidos y su falta de historia e identidad. Maldice de corazón el infinito de casas idénticas que rodean en espirales su centro de antigüedad fingida. Sufre, secretamente, la belleza mediocre de sus calles y la inmediatez del mar, sufre aún más el atardecer y el olor a azahares y todo lo que lo ata. Continúa el niño, con algo que es más crujido de madera que voz, delatando el amor y el cansancio, la sed de evasión y maravilla.
Viaja. Sus ojos vueltos hacia dentro rememoran su marcharse. Una y otra vez se transforma, habla de Italia, Alemania, Francia, de los interminables viajes en tren y en barco. Del mar sin limites, del desierto al anochecer, del frío en la montaña. De las ruinas romanas en Inglaterra y de los edificios de cristal en Manhattan. Del Nilo y el Amazonas. Su voz trasparenta al niño que describe con la precisión de un experto las rutas y las ciudades. Caravanas y balsas. Las fiebres en la selva de las que casi no regresa y del hachis en la India. Cientos de ciudades inmensas y miles de pueblos sin nombre, y los quince años errándolos.
Ha envejecido en un instante, pero su voz adquiere un vigor ausente de duda o dolor. Con un amor que no merecieron París o Roma, describe un pueblo de piedras y cabras, la torpeza inocente, diccionario en mano, de esa turista en aquel pequeño café. Detalle a detalle construye la conversación primera, la sorpresa de la lengua materna compartida, el servicio de guía improvisado. Con el mismo amor de los mapas describe la ruta de sus caricias encontradas, la geografía de su cuerpo y los ríos de cabellos apelmazados en el sudor de su pasión. Y su voz se rompe en la palabra “azahar” al describir el cítrico perfume de su cuello.
¿Cómo será habitar un sueño que apenas y puedes recordar?
            Imposible azar. Ella venía de la misma ciudad donde él nació. Siguieron las ciudades revisitadas en el fresco asombro de los ojos de ella y las noches del invierno europeo juntos. Con ella deshizo los pasos hacia su tierra natal.
Una voz rota surge de un cuerpo joven y demacrado, llena de resentimiento. Cuenta los veinte años que sobrevinieron, las dos décadas de trabajar en la escuela de idiomas, viajando únicamente con la lengua. El amor, el amor hermoso pero confinado en horizontes insignificantes, a la ciudad gris y el ocaso naranja. Y los hijos como anclas en esta tierra. Y la certeza de que moriría a menos de veinte kilómetros de donde había nacido.
Sus formas siguen yendo y viniendo, ya no solo su apariencia y su voz se confunden… de pronto no reconozco si es risa o llanto lo que somete su narración.
Alzheimer, murmura, trasmutando. Desmesuradamente abre los ojos, como si quisiera que en ellos mida yo la magnitud de su tristeza.
Sus manos tiemblan y esconde el rostro tras ellas. Todo su cuerpo tiembla y las imágenes se transfiguran. Un llanto de recién nacido mezclado con una risa senil y cansada, sin frontera definida.
Alzheimer, Alzheimer, Alzheimer.
 Se perdió un día, me cuenta. De pronto no supo encontrar el camino a su casa, un camino de pasos repetidos durante veinte años. Miró la ciudad, desconcertado. La ciudad espantosamente familiar que lo extraviaba.
Vinieron noches desveladas ante mapas. El diagrama de su ciudad, la casa remarcada de rojo, las rutas comunes trazadas de negro. Y los mapamundis,  y el diario.
Anotó todas sus rutinas, aprendió a guardar todo siempre en el mismo sitio. A no olvidar. Aprendió a leer su diario todas las mañanas, como un rito.
Hizo las maletas lentamente. Vería el mundo una vez más.
Los aviones sustituyeron a los barcos. La tarjeta de crédito al amasijo de billetes extranjeros. Los taxis a sus pies. Pero nada sustituyó a la maravilla.
Confió al diario el viento con aroma a sal que lo despertó en el Mediterráneo, el aliento helado de las montañas, también el terror de despertar enteramente confundido en hoteles de nombres que no podía leer. Escribió cada vez que pudo sobre la calma de su cruzada sin memoria ni rastro.
Y los paisajes, la respiración contenida en ciudades de acero y cristal, la antigua piedra de murallas, arena dorada y blanca. La selva y la montaña.
El diario creció, se multiplicó, se volvió la parte más grande del equipaje. Se transformó en una docena de cuadernos anotados. El diario cruzó el Sahara en su propio camello.
Las noches de fiebre en la selva los cuadernos y los mapas cercaron su sueño delirante, donde el mundo era una tienda de modelos en miniaturas. Un sueño donde la torre Eiffel estaba junto a la Casa de la Ópera y el Kremlin cercado por Stonehenge  y los ríos eran tinta azul. Sueños donde él recorría una ciudad con nombres incomprensibles en las calles y un olor a una flor sin nombre lo perdía.
El bote hizo aguas en las costas de Madagascar. Le entregaron sus diarios ilegibles por la sal. Los mapas con la tinta emborronada. Apenas y él mismo sobrevivió al viaje. No lo hizo su lucidez.
Vagó los últimos días por las playas de arena blanca, atisbando un continente que bien podría ser cualquiera.
Se tendió con el mar lamiendo su silueta, vio el delirio del mundo en su cabeza por última vez: un globo pequeño y fatigado y repetido. Y maravilloso.
Sintió, como un geoposicionador en el corazón, las coordenadas feroces: no podía estar más lejos del sitio donde nació que precisamente en ellas. Cerró lo ojos y se dejó llevar por un repentino olor a azahares.
Su fantasma ahora deambula por la tierra que lo vio nacer, un fantasma antípoda a los huesos que habitó. Viejo, joven, niño, la memoria lo extravía, en una ciudad intensamente repetida.
Y a veces, solo a veces, murmura:
Me dices mujer, mujer de mi vida, sentido de mis huesos, que no me marche, que no me marche a cruzar fronteras. Que no me marche a desconocerme en lenguas, a perderme en rostros extranjeros. Amor de mi vida, terrible amor de mi vida, ancla y todo, me pides que no fatigue al mundo paso a paso, que no me vaya... a terminar en una tumba sin nombre y sin memoria, a morir entre extraños.
Y yo te digo, amor que no me quedo, que no me quedo porque quedarme lo mismo seria, quedarme sería para morir entre extraños.

I love every waving thing
Ataraxia
Sueños

I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


I love every waving thing
            Amo el oleaje.


I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh
            era salada y fresca. 

I love every waving thing.
            Amo el oleaje.

I love every waving thing.
            Amo el oleaje.


Speak to me of my death
            Háblame de mi muerte 

so that I feel a reason to remember
            para que sienta una razón para recordar.

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
Today I'm afraid of having been...
            Hoy tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

spying the sea...
            espiando el mar...

spying the sea...
            espiando el mar...


I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


Speak to me of my death
            Háblame de mi muerte 

so that I feel a reason to remember
            para que sienta una razón para recordar.

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...


(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

spying the sea...
            espiando el mar..

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.


The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


spying the sea...
            espiando el mar..


I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

salty and fresh.
            salada y fresca. 


spying the sea...
            espiando el mar...


I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

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