viernes, 11 de mayo de 2012

Inteludio.- Juan 8:12

¿Dónde estoy, Señor? Está oscuro aquí, es la noche inmensa como un mar que lo anegara todo. ¿Prestas oído a las plegarias de mi alma? Me siento derivar en la oscuridad mecido entre las sombras y los ruidos. Y un hambre infinita.
            ¿Dónde estás, Señor? ¿miras acaso desde algún lugar a tu siervo horadar este valle de sombras?
            Hay momentos en que, vencido, me arrojo al suelo, acunando mis rodillas con los brazos en amarga remembranza de aquella noche intrauterina. Señor, hay momentos en que me rindo. El tiempo pasa desmedido y un enjambre de ruidos vibra y vibra hasta fundirse en una sola nota que enmarca tu silencio y me destroza.
            Tras mis párpados entonces cruzan los recuerdos. Un mundo iluminado de bordes definidos, la bata blanca, inmaculada; la caligrafía de un dorado doloroso en los diplomas; la irregular caricia del tapizado en la silla de espera. Las palabras del doctor, infinitamente menos reales que la para tantos imperceptible vacilación de las lámparas del techo.
            Me quedaría ciego en menos de seis meses.
            ¿Dejarías, Señor, Tú toda luz, hundir mis ojos en un cuenco de paulatina tinta? ¿De verdad, Señor, el manantial de tu Palabra, mi desgastada Biblia, coartado de golpe y el tacto de resecas páginas restando?
            Mi vista fue menguando con la luz de aquel verano. Mis manos arañaban el cuero de mi Biblia al cerrarse, trémulas. Cada vez más pronto sentía la luz de la tarde insuficiente para las letras minúsculas. Pero ahora en esta negrura sin horizontes todavía puedo, como podía en aquellos crepúsculos, ver al igual que en el libro de Daniel una mano invisible tatuando en fuego mis párpados cada letra una a una y versículo a versículo: una espiral ígnea de trazos apresurados, formando la historia, Señor, de tu hijo.
            Tras el fuego de mis párpados veo a tu Hijo con las manos llenas de barro, aquel barro que mezcló con su saliva. Veo cómo avanza, enorme, sus manos milagrosas resplandecientes de luz que se posan como la Paloma sobre mis ojos. Todo luz y gentil toque en la fragilidad de mis ojos muertos. Y entre el ruido, esos ruidos terribles y magnificados por la ceguera, su Palabra toda luz y exoneración.
            Ni pecó éste ni sus padres sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él.
            Y recuerdo la fe en la agonía de cada atardecer. Dormía llorando, conmovido, entonces.
            Hoy remedo sus manos recorriendo mis ojos muertos buscando la humedad huidiza de una lágrima.
            Vino el otoño y el invierno le seguía los pasos. Nunca deje de visitar tu templo. Veía el rostro de tu Hijo, mirándome con una piedad infinita. No dejé ni uno solo de los días que languidecía la luz del mundo de arrodillarme a los pies de su cruz, rogando por el milagro. Su cuerpo crucificado era una isla en un mar negro como la tinta. Un faro, un resto de luz. Luego solo su rostro en el mar umbrío, incesante. En la oscuridad de tu templo la noche se volvió definitiva. Era navidad.
            Manos extrañas me condujeron a casa en medio del terror. En medio de las lágrimas, de la fe que crujía dentro de mi pecho oprimido, Señor, lo confieso.
            Al día siguiente caminé por mis propios medios a tu templo. Humildemente, en una peregrinación improvisada, dolorosa, de lástimas, tropiezos y los sonidos del terror. A pasos penitencia y extendiendo mis manos dando forma al camino.
            Volví de la misma forma a mi casa y a otra noche de tu silencio. Encendí una vela al crucifijo que recordaba sobre mi ventana.
            Bogué la oscuridad cada vez con más firmeza, anclando mis pasos entre los ruidos y el tacto. La campana de la escuela en sincronía con sus barandales. La cabina telefónica y el retazo de una conversación. Las irregularidades de la banqueta y el chasquido de las luces al cambiar en el semáforo. La música del órgano aumentando de intensidad al ir pasando los respaldos acolchados. Los fríos pies del crucificado y tu silencio.
            Y de regreso a casa, el crepitar de la llama y mi oración callada.
            Cada día, cada noche.
            Señor, ¿es este el purgatorio? Extiendo mis dedos hacia la oscuridad sin orillas. ¿Dónde estás, Señor, dónde estás?
            Los días y las noches se deslizaron entre mis dedos con la precisión de los granos en un reloj de arena. Todos textura y sonido.
            Pero tus caminos, Señor, son inescrutables. Aquella noche de verano, tendido en mi cama cubierto de sudor, te pedí desesperado una señal. Una brisa se coló por la ventana, toda olorosa a limones, escuché las cortinas oscilando. Dormí en paz.
            Estaba la vela. Las cortinas ardieron, los sillones, los muebles. Desperté un segundo abrasado, con los pulmones fatigados de ceniza. Danzaron tras mis párpados sombras rojizas, imposibles. Luego nada.
            Todo frío. Hambre. Ceniza y tu silencio. Y fue invierno para siempre.

            Ahora vago por noches infinitas y las sombras susurran incansablemente palabras sin sentido, un zumbido persistente como un enjambre. A veces siento en este valle inmenso el escalofrío de un toque, presencias que se alejan como peces de las profundidades.
            Creo en ti, Señor. Eres la luz del mundo. Te seguiré buscando en las tinieblas. En esta muerte.
            Me traiciona el recuerdo de una tarde en mi niñez. Un experimento infantil: colocaba una hoja de árbol traspasada por una aguja imantada, flotando en un vaso. Lentamente la aguja marcaba el norte. Pero una sola sacudida y se precipitaba hacia el fondo del vaso, perdida.
            Así inmóvil, esperaba dejando fluir las sombras a mi alrededor, acallando el ruido vibrante. Algo sutil, una onda concéntrica en el mar de negrura, un sonido pleno de armonía. Y recorría imantado una cuerda tendido sobre abismos de extravío. Estaba en casa.
            A veces caía, desconcentrado, y quedaba tendido y sollozante en la noche sin orillas.
            Otras veces eras tú, Señor, la imantación de mi corazón. Sin barandales, ni cabinas, ni la fisura de banquetas, sin la sirena malherida de un órgano, me sabía a los pies de tu hijo crucificado. Y en sus brazos traspasados encomiendo mi espíritu. ¿A mí también me has abandonado?
            ¿Es este infierno tu ausencia?

In winter ash / Virgin Black




I lie with blackened chest.
 Yazgo con el pecho ennegrecido.

Tears, dense, welling in swollen eyes
 Lágrimas, densas, manando de mis ojos hinchados

resplendent in winter´s ash.
 resplandecen en la ceniza del invierno.
My God be upheld in our distress,
 Mi Dios sostiene en nuestro pesar,
my cries fill the air.
 mis lamentos llenan el aire.

Domine libera manes defunctorum
 Señor, libera a los espíritus de los muertos

Winter envelopes
 Cubierto de invierno

I lie with blackened chest.
 Yazgo con el pecho ennegrecido.
Tears, dense, welling in swollen eyes
 
Lágrimas, densas, manando de mis ojos hinchados

resplendent in winter´s ash.
 resplandecen en la ceniza del invierno.
Where is my God, in the dull ear of night?
 
¿Dónde está mi Dios, en el oído sordo de la noche?

With tuneless voice, a requiem sung,
 Con una voz discordante, un requiém cantado,
wailing and breadless, alone

 en pesar profundo y sin pan, solo
on a flower strewn earth.
 sobre un suelo cubierto de flores.
Where is my God?
 
¿Dónde está mi Dios?

Look at me, upon my bruised head,
 Mirame, sobre mi cabeza malherida,
Taste my ruin, my ashen soul
 
saborea mi ruina, mi alma cenicienta

I tread alone
 
Vago solitario

winter envelopes.
 El invierno me envuelve.

viernes, 4 de mayo de 2012

Para morir entre extraños


Míralo, es un niño, pero sus ojos son los de un anciano: ceniza de fuegos a medio recordar. Si parpadeas: un hombre viejo entonces, una mirada inmaculada; su boca un rictus de dolor o de dudas. Cierras los ojos un instante: ahora un joven, un mirar de animal disecado, gestos de improvisada taxidermia. Y miras de nuevo y alternan como entre latidos algo de proteo y esquizofrenia.
Extiende las manos, joven o viejo, mirando el cuerpo extraño que habita, en asombro inocente o amargura senil.
Entonces habla. Su voz surge de profundidades que no existen. Lo más triste en ella es esa nota de fascinación por la ciudad marchita, repetida. Esa amargura que se adivina debajo, ese extravío. Un monólogo de fracturas.
Noche a noche lo veo (niño, anciano, joven) siempre perdido, siempre sorprendido ante los nombres de las calles, ante la arquitectura mediocre de esta ciudad gris. Siempre en añoranza de un exotismo que no llega.
Todos los caminos conducen a Roma  dice, de pie ante mí, el joven, cetrino, delgado y que podría ser bello de no ser por su rigidez de animal disecado. Su voz suena como viniendo de un pozo, es la voz extraña de ciertos ancianos que suenan como niños.
Odia esta ciudad, sus horizontes repetidos y su falta de historia e identidad. Maldice de corazón el infinito de casas idénticas que rodean en espirales su centro de antigüedad fingida. Sufre, secretamente, la belleza mediocre de sus calles y la inmediatez del mar, sufre aún más el atardecer y el olor a azahares y todo lo que lo ata. Continúa el niño, con algo que es más crujido de madera que voz, delatando el amor y el cansancio, la sed de evasión y maravilla.
Viaja. Sus ojos vueltos hacia dentro rememoran su marcharse. Una y otra vez se transforma, habla de Italia, Alemania, Francia, de los interminables viajes en tren y en barco. Del mar sin limites, del desierto al anochecer, del frío en la montaña. De las ruinas romanas en Inglaterra y de los edificios de cristal en Manhattan. Del Nilo y el Amazonas. Su voz trasparenta al niño que describe con la precisión de un experto las rutas y las ciudades. Caravanas y balsas. Las fiebres en la selva de las que casi no regresa y del hachis en la India. Cientos de ciudades inmensas y miles de pueblos sin nombre, y los quince años errándolos.
Ha envejecido en un instante, pero su voz adquiere un vigor ausente de duda o dolor. Con un amor que no merecieron París o Roma, describe un pueblo de piedras y cabras, la torpeza inocente, diccionario en mano, de esa turista en aquel pequeño café. Detalle a detalle construye la conversación primera, la sorpresa de la lengua materna compartida, el servicio de guía improvisado. Con el mismo amor de los mapas describe la ruta de sus caricias encontradas, la geografía de su cuerpo y los ríos de cabellos apelmazados en el sudor de su pasión. Y su voz se rompe en la palabra “azahar” al describir el cítrico perfume de su cuello.
¿Cómo será habitar un sueño que apenas y puedes recordar?
            Imposible azar. Ella venía de la misma ciudad donde él nació. Siguieron las ciudades revisitadas en el fresco asombro de los ojos de ella y las noches del invierno europeo juntos. Con ella deshizo los pasos hacia su tierra natal.
Una voz rota surge de un cuerpo joven y demacrado, llena de resentimiento. Cuenta los veinte años que sobrevinieron, las dos décadas de trabajar en la escuela de idiomas, viajando únicamente con la lengua. El amor, el amor hermoso pero confinado en horizontes insignificantes, a la ciudad gris y el ocaso naranja. Y los hijos como anclas en esta tierra. Y la certeza de que moriría a menos de veinte kilómetros de donde había nacido.
Sus formas siguen yendo y viniendo, ya no solo su apariencia y su voz se confunden… de pronto no reconozco si es risa o llanto lo que somete su narración.
Alzheimer, murmura, trasmutando. Desmesuradamente abre los ojos, como si quisiera que en ellos mida yo la magnitud de su tristeza.
Sus manos tiemblan y esconde el rostro tras ellas. Todo su cuerpo tiembla y las imágenes se transfiguran. Un llanto de recién nacido mezclado con una risa senil y cansada, sin frontera definida.
Alzheimer, Alzheimer, Alzheimer.
 Se perdió un día, me cuenta. De pronto no supo encontrar el camino a su casa, un camino de pasos repetidos durante veinte años. Miró la ciudad, desconcertado. La ciudad espantosamente familiar que lo extraviaba.
Vinieron noches desveladas ante mapas. El diagrama de su ciudad, la casa remarcada de rojo, las rutas comunes trazadas de negro. Y los mapamundis,  y el diario.
Anotó todas sus rutinas, aprendió a guardar todo siempre en el mismo sitio. A no olvidar. Aprendió a leer su diario todas las mañanas, como un rito.
Hizo las maletas lentamente. Vería el mundo una vez más.
Los aviones sustituyeron a los barcos. La tarjeta de crédito al amasijo de billetes extranjeros. Los taxis a sus pies. Pero nada sustituyó a la maravilla.
Confió al diario el viento con aroma a sal que lo despertó en el Mediterráneo, el aliento helado de las montañas, también el terror de despertar enteramente confundido en hoteles de nombres que no podía leer. Escribió cada vez que pudo sobre la calma de su cruzada sin memoria ni rastro.
Y los paisajes, la respiración contenida en ciudades de acero y cristal, la antigua piedra de murallas, arena dorada y blanca. La selva y la montaña.
El diario creció, se multiplicó, se volvió la parte más grande del equipaje. Se transformó en una docena de cuadernos anotados. El diario cruzó el Sahara en su propio camello.
Las noches de fiebre en la selva los cuadernos y los mapas cercaron su sueño delirante, donde el mundo era una tienda de modelos en miniaturas. Un sueño donde la torre Eiffel estaba junto a la Casa de la Ópera y el Kremlin cercado por Stonehenge  y los ríos eran tinta azul. Sueños donde él recorría una ciudad con nombres incomprensibles en las calles y un olor a una flor sin nombre lo perdía.
El bote hizo aguas en las costas de Madagascar. Le entregaron sus diarios ilegibles por la sal. Los mapas con la tinta emborronada. Apenas y él mismo sobrevivió al viaje. No lo hizo su lucidez.
Vagó los últimos días por las playas de arena blanca, atisbando un continente que bien podría ser cualquiera.
Se tendió con el mar lamiendo su silueta, vio el delirio del mundo en su cabeza por última vez: un globo pequeño y fatigado y repetido. Y maravilloso.
Sintió, como un geoposicionador en el corazón, las coordenadas feroces: no podía estar más lejos del sitio donde nació que precisamente en ellas. Cerró lo ojos y se dejó llevar por un repentino olor a azahares.
Su fantasma ahora deambula por la tierra que lo vio nacer, un fantasma antípoda a los huesos que habitó. Viejo, joven, niño, la memoria lo extravía, en una ciudad intensamente repetida.
Y a veces, solo a veces, murmura:
Me dices mujer, mujer de mi vida, sentido de mis huesos, que no me marche, que no me marche a cruzar fronteras. Que no me marche a desconocerme en lenguas, a perderme en rostros extranjeros. Amor de mi vida, terrible amor de mi vida, ancla y todo, me pides que no fatigue al mundo paso a paso, que no me vaya... a terminar en una tumba sin nombre y sin memoria, a morir entre extraños.
Y yo te digo, amor que no me quedo, que no me quedo porque quedarme lo mismo seria, quedarme sería para morir entre extraños.

I love every waving thing
Ataraxia
Sueños

I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


I love every waving thing
            Amo el oleaje.


I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh
            era salada y fresca. 

I love every waving thing.
            Amo el oleaje.

I love every waving thing.
            Amo el oleaje.


Speak to me of my death
            Háblame de mi muerte 

so that I feel a reason to remember
            para que sienta una razón para recordar.

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
Today I'm afraid of having been...
            Hoy tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

spying the sea...
            espiando el mar...

spying the sea...
            espiando el mar...


I spent the flight of my days
            Agoté el vuelo de mis días 

spying the sea.
            espiando el mar.
I love every waving thing
            Amo el oleaje.
When I smiled
            Cuando sonreía 

my teeth were mysterious
            mis dientes eran misteriosos, 

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


Speak to me of my death
            Háblame de mi muerte 

so that I feel a reason to remember
            para que sienta una razón para recordar.

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...


(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

spying the sea...
            espiando el mar..

there are waves in my soul,
            hay olas en mi alma.


The edge of my clothes
            La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
            era salada y fresca. 

I love every waving thing
            Amo el oleaje.


spying the sea...
            espiando el mar..


I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

salty and fresh.
            salada y fresca. 


spying the sea...
            espiando el mar...


I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

I'm afraid of having been...
            Tengo miedo de haber estado...

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
            (Amo el oleaje)

viernes, 27 de abril de 2012

Flores rojas





¿Has sentido un escalofrío en la nuca, aquellas veces que caminas por calles oscuras, solo? ¿lo has sentido al recorrer una camino interminable y desconocido? Sientes la mirada fija en tu nuca y te giras sin ver a nadie. ¿Has sentido el acecho de una sombra, de un silencio?
Él no era especialmente cruel o especialmente malvado, como todos. En realidad no era especialmente nada: un tipo gris, complexión media y un físico apenas sobresaliente (producto de ejercicios dirigidos a desarrollar una musculatura visible, no necesariamente consistente). Todos lo conocían por esa extraña fascinación por la violencia gráfica, sus camisetas ilustradas de vísceras y demonios y sus comentarios de nota roja. No sorprendía a nadie ya que sus correos de internet siempre fueran fotografías de accidentes y ejecutados por el narco.
Había quien señalaba a aquella visita escolar al matadero como la causa de sus obsesiones, lo cierto era que el recuerdo de las vísceras cayendo a las tinas de porcelana le dibujaba de cuando en cuando una sonrisa.
Nunca había tocado la sangre. Pero de haber tenido la oportunidad, decía, lo haría sin apartar los ojos.
Así que cuando le ofrecieron más dinero del que ganaría en tres años en el matadero no lo pensó dos veces.
Sería sencillo, incluso le darían el arma con silenciador. Entraría de día, dispararía a la mujer en cuando quitara la cadena, revolvería las cosas para simular un robo y se llevaría lo de valor más obvio (aunque tendría que tirarlo después). Nada podía salir mal: tocar, disparar, remover, marcharse. El disparo no se escucharía y él estaría ya muy lejos cuando encontraran el cuerpo.
Por eso se sorprendió cuando, al tocar la puerta, le respondió la voz de un hombre. No tuvo tiempo de dudar, el hombre abrió la puerta y lo invitó a pasar. Dos hombres más estaban dentro. Nervioso, acarició el arma debajo de la sudadera. Por las botellas vacías, seguramente llevarían toda la noche ahí. Un hombre le acercó una cerveza y le dijo que la mujer regresaría en un momento, pues había ido a comprar el desayuno.
De pronto, era uno más del grupo. Las anécdotas picantes que involucraban a la mujer ausente lo animaron a contar las suyas: ficciones incomprobables de las que estaba orgulloso de contar, conquistas, peleas, borracheras interminables (aderezó las que siempre usaba y archivó las nuevas para futuras conversaciones). Hasta anexó una historia a la nutrida colección de la anfitriona, y fue recibida con carcajadas y sin sorpresa.
Por dos largas horas fue otra persona, el peso muerto del arma era parte de la escenografía.
Tocaron la puerta. Al instante recordó para qué estaba ahí. Guardó silencio, pensando en un pretexto para marcharse. Pero ella lo miró con desconfianza: de los cuatro hombres, a él no lo conocía. Se acercó a ella, para presentarse, pero recordó que los hombres daban por sentado que ya se conocían. A pesar de ello, sin decir nada, la tomo de la mano.
Lo siento.
Sin soltarle la mano, llevó la propia hacia su arma. Los hombres a su espalda no se percataron de nada. Apoyó el cañón justo debajo del seno izquierdo.
Disparó.
Ella lo miró, sorprendida, incapaz de articular palabra mientras el brillo de sus ojos se extinguía. Una gota de sangre surgió de su boca y cayó en su escote.
Una flor de su vestido lentamente se tornó de un color vino. Su cuerpo, menudo, se sintió ligero contra el pecho de su atacante.
No supo cuál de los hombres gritó primero. Tampoco supo en qué orden cayeron, uno tras otro, después de recibir un disparo en la cara cada uno. Sin ningún quejido.
Cuando su mente comenzó a aclararse, estaba rodeado de cuatro cuerpos. Parecían dormir, con las botellas vacías justificando sus posturas absurdas. Pero estaba la sangre. Solo la mujer no parecía dormir, con la sangre resbalando en el nacimiento de su escote y su mirada opaca como un reproche.
Removió la alacena, los cajones y, frente al cajón de la ropa interior, desistió. Nadie creería que fue un robo que salió mal, ya no tenía importancia.
Se acercó a la puerta, esquivando los cuerpos de los durmientes y los charcos de sangre que crecían debajo de ellos. Si los disparos se hubieran escuchado, ahora mismo habría policías. No hubo ruido alguno. De no ser por la sangre, parecerían dormidos. No parecía ninguna muerte.
Miró el arma, parado entre los cuerpos. ¿Esto era matar? Cuerpos que se desploman como títeres a los que les cortaran las cuerdas de golpe. La sangre, no tibia ni saliendo a borbotones, sino como fugas, manchando el suelo. Una sangre fría, manando sin entusiasmo. No las llamaradas rojas en las paredes, la masa encefálica, la mutilación al detonar el arma y el trueno.
No sintió pasar el tiempo. No escuchó la llave de la puerta abrirse. Pero ahí estaba, con once años apenas, un niño viendo el cuerpo de su madre. El grito se fue formando en cámara lenta, gesto a gesto. No estalló. Por un segundo el marco de la puerta pudo ser el borde de un espejo. Los dos eran solo niños atrapados en el horror.
Apenas duró un instante. El asesino adelantó la mano derecha para tapar la boca del otro niño e ignoró las mordidas.
Estaría lejos cuando encontrarán el cuerpo, le dijeron.
Trató de pasar por alto los dientes que lo mordían mientras apoyaba el arma en la nuca del niño. No lo logró. La bala se llevó el meñique al salir entre los dientes. No gritó como tampoco lo hizo el niño. De nuevo, el silencio se impuso. Apenas un imperceptible gorgoteo.
No soltó el cuerpo sino hasta que sintió la sangre pegajosa por encima de sus piernas. Casi sonrió cuando sintió la calidez de su propia orina entre ellas.
Se sentó, recargado a la puerta, empapado. Aspiró profundamente. El olor a caucho quemado se mezclaba con el de su orina. La sangre no huele a nada. Mienten.
Allá, lejísimos, ladró un perro, como un sonido fantasma. Rellenó cargador del arma, le habían dado municiones de sobra. Cuando salió de la casa aun quedaban restos de luz en la tarde.
No se topó con nadie durante varias cuadras. Un corredor lo vio al dar vuelta en una esquina y si su cambio de ruta tuvo que ver con las manchas de sangre que veía no lo demostró. Le disparó por la espalda. Cayó  sin ruido. Se acercó al cuerpo y vació el cargado sobre su espalda. Flores color marrón creciendo en el verde de su camiseta deportiva.
Lo siguiente que supo fue que estaba encerrado en su casa. No había encontrado a nadie más en el camino. Era ya de noche y no había ruidos. Y minutos después la oscuridad desapareció en una transición de rojos y azules y el sonido irritante de radios mal sintonizados.
Piensa que saldrá de aquí con el arma en las manos y disparará a todos los policías. Le darán un tiro, o dos, o tres, seguirá disparando. Balas disparadas en un azar despiadado. Flores rojas que nacen de improvisto y telarañas de un segundo en cristales que estallan. Las sirenas en la extraña sincronía de una sola nota aguda, el canto de un tiempo detenido. Tarde o temprano acertarán el disparo fatal, confundido entre las detonaciones. Como un resplandor de gloria.
Se levantó, sintiendo la ropa rígida de orina y sangre seca. Quitó el silenciador del arma.
Abrió la puerta de golpe y apuntó hacía adelante.
Disparó una y otra vez. Siguió disparando incluso cuando la razón y la memoria le decían que el cargador estaba vacío y siguió disparando. De pronto se dio cuenta. Ni las sirenas gritaban ni vidrios estallando, ninguna detonación se escuchaba. Los policías se movían a su alrededor sin notarlo. El mundo entero era una pantomima de luces rojas y azules y de un silencio perfecto y sobrecogedor.
Miró el arma soltar humo del cañón.
Ahí, lejísimo, en un cuerpo crecían flores rojas. Quizás cientos. Sin embargo, una rosa, pequeña como un botón, crecía en la frente del cadáver. Su frente. La primera bala disparada.
Desde entonces, vaga por los callejones de un infierno sin sonido. Un infierno sin quejidos ni lamentos. Ni detonaciones. Un infierno donde los muertos siguen de pie, por más disparos que acierte en su nuca. Y las únicas flores de sangre que crecen siguen prendidas de su cuerpo.

The Great Escape
Beauty?
The Sound of the Blue Heart





It's the great escape
Es el gran escape
and is it any wonder

y no es de extrañar
that it's the same mistake
que sea el mismo error
that kept him under
que lo mantuvo abajo
and how many more storms will he bring?
¿y cuántas tormentas traerá?
There are so many ways to tarnish a beautiful thing.
Hay tantas manera de empañar algo hermoso.

Lay your head
Deja tu cabeza
down as it is spinning
caer ya que está girando
from dread to dread.
del temor a temer.
Say, now you aren't you are living,
Dilo, ahora tú no estás viviendo,
there are no screams, there are no flags to raise,
no hay gritos, no hay banderas a izar
only whispers from demons you slowly created
solo susurros de demonios que lentamente creaste,
and falling fast behind the fallen idol are the pieces of the lies
y caen rápido tras el idolo caído, son piezas de las mentiras
that neither spit or sweat or glue could keep forever firm to your side.
que ninguna saliva, sudor o pegamento pudo manterner firme para siempre a tu lado.


And yes, somewhere there is another world to crash
Y sí, en algún lugar hay un mundo a despedazar
where trust lies innocently waiting with the trash
donde la confianza yace inocentemente esperando con la basura.


It's the great escape
Es el gran escape
and is it any wonder

y no es de extrañar
that it's the same mistake
que sea el mismo error
that kept him under
que lo mantuvo abajo
and how many more storms will he bring?
¿y cuántas tormentas traerá?
There are so many ways to tarnish a beautiful thing.
Hay tantas manera de empañar algo hermoso.


Well hello my love, I stand corrected
Bien, hola mi amor, rectifico
and heavens above, from all harm I’m protected
por encima de los cielos, de todo daño protegido
feel the wrath of the wreck with no visible evidence,
siento la cólera del naufragio sin evidencia clara,
only dead eyes and blackened heart by life’s ignored lessons
solo los ojos muertos y el corazón ennegrecido por una vida de lecciones ignoradas
and entrenched in a limbo that leaves hell in it's wake,
y aprisionado en un limbo que el infierno deja en su estela,
runs an empty soul no longer with the ability
corre un alma vacía ya sin la capacidad

to see heavens gate.
de ver la puerta del cielo.

But what will he do when there are no more worlds to crash?
¿Pero qué hará él cuando no haya más mundos a despedazar?
because he's chosen and the choices are forever attached
porque fue elegido y las elecciones están unidas para siempre.

The liquor cabinets dry and the street corners empty
Los minibares secos y las esquinas vacías
and no one to blame within shouting distance.
y nadie a quién culpar al alcance del grito.
He turns to face it all in dark grocery store windows

Se gira para enfrentar todo en la oscura ventana del abarrotes
and the figure it presents grows bigger and bigger.
y la figura aparece, crece más y más grande.
Where once in his reflection showed a bit of mom and dad

Donde una vez su reflexión le mostró un pedazo de mamá y papá
a small town boy, who every night "our father" he said
un muchacho pueblerino, quien cada noche "nuestro padre" dice
see's a monster, runs fast, in every direction
mira, es un monstruo, que corre rápido, a todos lados


but nowhere is no home when the monster waits in your bed
pero ningún lugar es el hogar cuando el monstruo espera en tu cama

It's the great escape
Es el gran escape
and is it any wonder
y no es de extrañar
that it's the same mistake
que sea el mismo error
that kept him under
que lo mantuvo abajo
and how many more storms will he bring?
¿y cuántas tormentas traerá?
There are so many ways to tarnish a beautiful thing.
Hay tantas manera de empañar algo hermoso.