jueves, 31 de diciembre de 2009

Al igual que Horacio Quiroga, si yo fuera a suicidarme, lo haría en algún momento de la Noche Vieja. El Año Nuevo tiene el mismo poder que las páginas en blanco tendidas al sol, me aterran y me deslumbran.

He vivido este 2009 en una montaña rusa emocional... trabajé en algo que no odiaba exactamente pero que tampoco me satisfacía... lo mismo el amor ha ido y venido, me he alejado completamente de muchas personas, sin proponermelo, la verdad. Descubrí que soy una buena persona, por contraste, lo cual no es algo que me enorgullece pero que sí vale la pena anotar.

Como todos los años, he sido seducido por una apariencia trabajando en conjunto con mis procesos de idealización, y eso estuvo a punto de costarme la presencia y el cariño de alguien muy importante en mi vida. Una lección reaprendida.

He dedicado los últimos meses del año a terminar mi tesis, con más entusiasmo que orgullo. Si no sonara a promesa renovada por incumplida, diría que es mi propósito de Año Nuevo, pero la verdad es que no, es mi obligación inmediata.

Estoy al borde de mis 10,000 días sobre la tierra, lo cual tiene un sabor a numerología que me embriaga de optimismo, como si de un momento bisagra se tratase.

Haciendo recuento, me he encontrado con un Miguel Angel que por momentos me resultaría extraño si me lo topara al final del 2008. He crecido, sospecho, y madurado en 365 día, aunque he de decir que más en la segunda mitad de los mismos, justo después de recibir la carta negativa sobre mi entrada a la maestría. Después de haberme hundido en esa depresión, y sacar la cabeza, no recuerdo haberme sentido tan bien con la gente que me rodea, tan enamorado de la vida y de la sencillez, de las pequeñas cosas.

Soy alguien cuyos sueños y esperanzas para el 2010, se cifran en despertar cada día con un café, una familia como la que tengo, extrañando en justa medida a los ausentes, y contar con diez dedos a los amigos con los que el silencio es parte de la conversación. Ah, sí. Y el final de Lost.

Suerte, 2010.

martes, 1 de diciembre de 2009

Parafonía

No me preguntes cómo funciona, estoy harto de inventarte cosas para que sigas dejando la grabadora en su lugar todas las noches. No te pongas denso. ¿Quieres saber que pienso? Sé más o menos lo mismo de mi funcionamiento que lo que debe saber un conejo de su biología. Hago lo que hago, es todo. Tú piensas que perturbo el aire en una vibración específica, que uso mi mente en una especie de telequinesia, para ondular el aire y hacer llegar sonidos a este micrófono. Yo te digo que sólo hablo y eso es para mi tan explicable y lógico como pensar que la cinta magnética grabe cualquier sonido, incluso los que yo emito. Cierto, no tengo garganta, por lo que hablar no es propiamente lo que hago, pero en fin, en fin, en fin, aquí estamos ¿no es cierto? Yo hablo, tú después me escuchas. Aunque no tenga cuerpo, aunque lo hagas sólo al depurar el sonido en un costoso estudio de grabación. Aunque estoy muerto, tú me escuchas.
Como te dije, no te pongas denso, porque entonces yo me pongo denso. Siento ser poco interesante, a veces me hubiera gustado haber sido parapsicólogo en vida, porque seguramente así te deslumbraría con mis teorías del Más Allá (Más Acá, a fechas recientes), quisiera poder tener la más remota idea de por qué sólo algunos nos quedamos Acá y no todos como debería de ser justo (aunque pienso en la sobrepoblación como una idea no muy divertida). Me gustaría haber sido más sociable en vida y poder entrevistar a los muertos (debe haber en algún lugar seres milenarios o por lo menos famosos) y traerte exclusivas. La verdad es que exactamente como en vida, muerto no he conocido a nadie interesante.

Espera un momento… sí. Una vez conocí a alguien interesante… aunque no en el sentido estricto…

La primera vez que lo vi, obviamente supe que estaba muerto, pero… tenía esa sonrisa. Los muertos no sonreímos, no tenemos porqué. Morir es una cosa muy solitaria, la estadística está en tu contra, pues quedarte Acá es poco probable, y menos probable es que conocidos tuyos lo hagan, y la fraternidad forzada entre desconocidos vivos se da por necesidades que los muertos ya no tenemos, así que no hay mucho que hacer. Además, los fantasmas nos dedicamos a las rutinas terribles que teníamos en vida, quizás con una mayor precisión y obsesión. No falta el fantasma glamoroso que acecha los teatros, repitiendo líneas de obras que nadie verá. O los suicidas, que de tanto en tanto repiten el acto, o el resto, como yo, que toma las mismas rutas al viejo trabajo y pasa ocho horas en el baldío donde una vez estuvo la fábrica de mofles. Otra vez no me preguntes porqué, nunca entendí cómo los vivos necesitábamos de cierta rutina para funcionar, menos aún sé porqué los muertos las seguimos necesitando. Pero así es.


Por eso te digo que me sorprendió su sonrisa.


Lo segundo que me sorprendió fue su porte, sus ropas grises o beiges, su caminar desgarbado.

(Recuerdo una lección de biología fantasma que tú mismo me diste: una manifestación psíquica de fantasma a fantasma nos permite ver al otro individuo. Curiosamente, nunca sabremos si esa manifestación que proyectamos es realmente tal cual somos. Quizás nos proyectamos jóvenes y guapos, en esa imagen ideal que todos tenemos de nosotros, sin calvicies, ni granos, ni grasa ni defectos. Pienso que si algún día se inventa un aparato para vernos, podrían grabar la más triste pasarela de modelos, la más bella y triste. Y ya puestos, ¿cómo nos vemos unos a otros si no tenemos ojos? La manifestación es enviada directamente (disculpa, me encanta la palabra) a la matriz-ectoplasmática de identidad, que es la encargada de procesar en el fantasma una simulación de la vista, el oído y el tacto. Si hubiera estudiado filosofía, ahora me estaría preguntando si no es toda la realidad post mortem una simulación de mi matriz ectoplasmática… fin del paréntesis)


Volviendo a nuestro asunto, él me preguntó mi nombre, sé lo dije (a ti no te lo he dicho, porque sé que hurgarás hasta en mi basura si te lo dijera) Él, sin borrar la sonrisa (y entonces me di cuenta de que no era una sonrisa, era más bien un gesto fijo en su rostro), me dijo el suyo. Durante el silencio incómodo que surgió estudié sus rasgos. Y es lo más curioso, no podría describirlo con seguridad, piensa en un rostro genérico, un rostro cualquiera, y estarás pensando en su cara, tan olvidable…

Es raro ver a un fantasma ocioso y sonriendo. Me hizo pensar en la posibilidad de fantasmas felices, para quien estar muerto pudiera no ser tan malo, o ser una ventaja. Yo tengo años sin encontrarle ninguna (y no me digas que espiar el vestidor de mujeres sea una, eso tiene el mismo encanto que tú encontrarías en pararte en el escaparate de una pastelería sin un centavo).

Resultó que era nuevo, lo cual me hizo todavía más sorprendente su sonrisa. El nuevo es siempre un dramático catastrofista de primera: lo niega, lamenta, enumera los cabos sueltos de su vida, araña la lápida de su tumba, se olvida que está muerto, hace las cosas aburridas que hacía cuando estaba vivo, recuerda que está muerto y sigue haciendo las cosas aburridas de cuando estaba vivo. Pero entonces no olvida que está muerto, se secan las lágrimas, se seca la sonrisa.

Lo interrogué, vaya, uno nunca sabe, aunque no era que me muriera de la curiosidad.

¡Imagina, nunca había visitado su tumba! Bueno, ya tenía un plan para esa noche.

Más tarde, trepamos el muro del cementerio (si te han dicho que atravesamos paredes, te están mintiendo, desde luego podemos hacerlo, pero implica olvidar que tienes cuerpo y eso es obviamente difícil de hacer, o por lo menos, más difícil que brincar un muro). Deambulamos por una serie de tumbas, buscando su nombre en las más recientes. No encontramos ninguna, así que comenzamos a retroceder en fechas, aunque para mí era una pérdida de tiempo buscarlo en tumbas de antigüedad mayor a diez años, sería estúpido pensar que habría pasado tanto años sin percatarse de su muerte o identificar su tumba. Pero seguimos.

Encontramos una cripta familiar, venida a menos. No puedo decir que dejó de sonreir, pues no creo que haya sido capaz de hacerlo. Más bien se le congeló en el rostro, mezclada con algo parecido al pánico. Quiso entrar. Eso es doloroso, atravesar barrotes. Pasas toda la existencia post mortem recordando, recordando, sensaciones, la forma de tu cuerpo, el sabor de las cosas, el tacto, recuerdas tanto que la intensidad de tu memoria suple la ausencia de sentidos.

Y de pronto atravesar algo sólido, algo tan simple para seres sin cuerpo, se vuelve una tortura.

Observas los barrotes a través de tu cuerpo (o lo que tú concibes como tu cuerpo), entonces viene el recuerdo del dolor, pero maximizado a la idea de frío acero pasando a través de tus entrañas. No puedes olvidar que tuviste un cuerpo. No puedes, así de estúpido y sencillo es. Yo por eso lo esperé a fuera.

Entonces gritó y huyó. Me costó trabajo alcanzarle, pero no me acerqué. Gritaba como un nuevo, pero sin articular palabras y gesticulando salvajemente. Manifestaba una rabia animal, primitiva, mezclada con un horror que le desfiguraba el rostro. Se calmó, de repente, como si hubiera atravesado una marca invisible, y comenzó a caminar como si nada.

Me acerqué entonces de vuelta y vi la sonrisa en su lugar. Y ese porte de maniquí. Me dijo su nombre y me preguntó por el mío. Lo dejé plantado en la acera.

Regresé al cementerio, atravesé los barrotes de la cripta familiar a pesar del dolor, pues tenía que mirar con mis propios ojos. Comprender el horror y, en el verdadero fondo de las cosas, satisfacer mi malsana curiosidad.

Su caminar desgarbado, aparentemente estudiado, un rostro que es menos un rostro que una idea. Un hombre que es menos lo que fue que la idea de lo que debió ser. Una apariencia proyectada… cada noche, abrumado por una pena tan devastadora que lo hace olvidar, como si fueran las aguas de un amargo Leteo, cada noche, ahogado en rabia hasta el desvanecimiento, cada noche, por una eternidad…
Quedan unos segundos de cinta…

Ante mí, tres féretros de piedra, sin adornos. Nombres familiares. Dos de ellos evidentemente un matrimonio. El tercer ferétro no mayor que una caja zapatos: su hijo nonato. Click.

No me preguntes cómo funciona, estoy harto de inventarte…


Tales from the Inverted Womb
Sopor Aeternus
Songs from the Inverted Womb
















Alas, let me tell you
Ay de mí, déjame contarte
about the beauty of the tomb:
sobre la belleza de la tumba:
the stained glass, all viole(n)t,
la vidriera, totalmente viole(n)ta,
enhancing the gloom.
realza la niebla.
Dark flowers, all witheredll,
Flores oscuras, marchitadas,
fragile and old,
frágiles y viejas;
yet, their perfume still lingers
aunque su perfume aún permanece
like a secret untold.
como un secreto sin desvelar.
Like a dream, or a memory
Como un sueño o una memoria
that floats in this vault,
que flota en esta cripta,
waiting for the moment
esperando el momento
it shall be recalled
que ha de ser recordada
by some visitor, maybe,
por algún visitante,
who is seeking release
quizá, que esté buscando alivio
from a strange kind of sadness,
de una extraña especie de tristeza,
some unknown disease.
alguna enfermedad desconocida.
Its symptoms are madness,
Sus síntomas son locura,
caused by the music in his head,
causada por la música en su cabeza,
sung by an endless choir, called:
cantada por un coro infinito llamado:
"the Voices of the Dead".
“Las Voces de la Muerte”.



It's his longing for silence,
Es su ansia por el silencio,
for the absence of sound,
por la ausencia de sonidos,
that will lead him the hidden path
que le guiarán el oculto sendero
below the ground.
bajo tierra.
Where he shall discover,
Donde ha de descubrir,
though terror and fear,
a través del miedo y el terror,
behind black iron doors,
tras puertas de hierro negro,
something is sleeping here:
algo está durmiendo aquí:
a little dead baby,
un pequeño bebé muerto,
a young boy lies kept,
un joven niño yace encogido,
so fragile and frightened,
tan frágil y asustado,
crippled and sad...
lisiado y triste...