jueves, 4 de octubre de 2007

A 50 años del Sputnik

Me besó dulcemente en la frente y me dijo lo que sentía. Que era sólo que yo le gustaba. Que había dudado mucho, pero que no había podido evitarlo. "Tú también me gusta", le dije. "Así que no te preocupes por nada. Sigo queriendo que estés a mi lado."

Luego, Sumire permaneció mucho rato con la cabeza hundida en la almohada, derramando las lágrimas contenidas durante largo tiempo. Mientras tanto, yo le acariciaba la espalda desnuda. Desde el cuello a la cintura, sintiendo la forma de sus huesos, uno a uno, bajo las yemas de mis dedos. También yo hubiese querido llorar. Pero no podía.
Y entonces lo comprendí. Habíamos sido unas magníficas compañeras de viaje, pero, en definitiva, no éramos más que dos solitarios pedazos de metal trazando su órbita cada una. Desde lejos parecían bellos como estrellas fugaces.
En realidad sólo éramos prisioneras sin destino encerradas cada una en su propia cápsula. Cuando las órbitas de los dos satélites se cruzaban casualmente, nos encontrábamos. Quizás simpatizábamos. Pero sólo duraba un instante. Momentos después volvíamos a estar inmersas en la soledad más absoluta. Y algún día arderíamos y quedaríamos reducidas a nada.



Fragmento de Sputnik, mi amor de Haruki Murakami

No hay comentarios: