Una postal del mar
Son las dos de la mañana o algo así. Viajo recostando mi cabeza sobre mi maleta en el asiento trasero de un Chevy, escuchando música en mis audífonos, intentando dormir (llevo dos horas en el intento) aunque sea un poco. Entonces, llegamos a Guaymas. Me incorporo y pego mi rostro a la ventana, siempre me ha gustado ver el mar.
El mar es de esas poquísimas cosas que encierran dentro de si todo el drama humano: la oscilación entre la eufórica alegría y la melancólica tristeza. Otras de esas cosas capaces de englobar esos sentimientos son la memoria (¿o el olvido?) y la música.
La noche estaba cubierta por gruesos nubarrones, transidos alguna vez por un relámpago distante, completamente sin estrellas… abajo, el mar se extendía en su particular infinitud. El disco House of Atreus de Virgin Steele no me permitía escuchar (tampoco lo hubieran permitido el cristal y la distancia) el sonido de las olas, o lo truenos apagados. Sólo era un paisaje inmóvil, de una duplicada (cielo y mar) oscuridad sin límites. Y de un silencio intuido y disfrazado de música.
La luna rompió entonces por un instante la negrura de las nubes y asomó, iluminando, con esa frialdad que sólo la luna sabe dar cuando ha atestiguado lo más jurados pactos de amor y también cuando ha iluminado los pasos hacia la nada de un corazón incierto y roto. En eso se parece al mar; ambos han evocado todos los suspiros, todo el aliento del amor, todas las tristezas, los adioses y las ausencias. Cielo y mar cifrando en su significado toda la miel y toda la hiel de la pasión humana.
Mucha gente te dice que cree en Dios por que no puede dejar de asombrarse ante la maravilla del mundo, ante su majestuosidad. Pero creo que hay algo más íntimo que la admiración anidado en la creencia de un ser que nos ha dado un propósito: miedo. Y ¿qué otra cosa sentir ante la desolación de dos oscuridades extendiéndose de horizonte a horizonte? ¿qué decir ante esa inmensa nada, que nos contempla como un ciclope, en el frío resplandor de la luna? Imagino al hombre, aquel que acuñó de su temor la palabra “dios”, no ante el fuego, no ante la primavera rebosante, no ante la oportuna migración de la caza a los bosques aledaños, sino ante la oscuridad; de pie, solo, ante el mar, ante la noche y ante la eternidad, para quien los huesos que lo sostenían, para quien la sangre que violentaba sus venas, no tenían más sentido que la arena o las aguas saladas que lo conforman. Y para la noche y la luna, que ni mar, ni marea, ni tiempo, ni eternidad significaban… Dios la quimera de los sueños y temores de un hombre solitario. Como esa otra quimera, el amor. Dios es amor, ¿tendrán idea de la rima exacta que tienen?
La luna volvió a meterse entre los nubarrones. Tan solo un eventual destello platinaba el cielo de cuando en cuando… lo demás era simple y llana oscuridad y silencio.
Son las dos de la mañana. Hace frío a pesar de la temporada. El mar, su adivinado rumor, se va perdiendo en la distancia. ¿Seré yo el eco de ese hombre quimeras ante el silencio y el vacío…?
10 de julio de 2006
Al Final de la Playa
La Barranca
La Tempestad
Otra vez al llegar al mar te das cuenta
que ante su inmensidad eres solo un pez sin respuestas.
La sustancia que llamas amor
se secó bajo el rayo del sol,
tal vez el mar devuelva un poco
al final de la playa.
Otra vez ya se consumió la esperanza,
ella no va a cambiar, tú no cambiarás, nadie cambia.
La sustancia que llamas amor
se secó bajo el rayo del sol,
tal vez el mar devuelva un poco
al final de la playa.
Otra vez voy a caminar hasta el alba.
Dicen que el mar guardó en un caracol sus palabras.
Al final de la playa...
Al final de la playa...
Al final de la playa...
Al final de la playa...
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