Para morir entre extraños
Míralo, es un niño, pero sus
ojos son los de un anciano: ceniza de fuegos a medio recordar. Si parpadeas: un
hombre viejo entonces, una mirada inmaculada; su boca un rictus de dolor o de
dudas. Cierras los ojos un instante: ahora un joven, un mirar de animal
disecado, gestos de improvisada taxidermia. Y miras de nuevo y alternan como
entre latidos algo de proteo y esquizofrenia.
Extiende
las manos, joven o viejo, mirando el cuerpo extraño que habita, en asombro
inocente o amargura senil.
Entonces
habla. Su voz surge de profundidades que no existen. Lo más triste en ella es esa
nota de fascinación por la ciudad marchita, repetida. Esa amargura que se
adivina debajo, ese extravío. Un monólogo de fracturas.
Noche
a noche lo veo (niño, anciano, joven) siempre perdido, siempre sorprendido ante
los nombres de las calles, ante la arquitectura mediocre de esta ciudad gris.
Siempre en añoranza de un exotismo que no llega.
Todos
los caminos conducen a Roma dice, de
pie ante mí, el joven, cetrino, delgado y que podría ser bello de no ser por su
rigidez de animal disecado. Su voz suena como viniendo de un pozo, es la voz
extraña de ciertos ancianos que suenan como niños.
Odia
esta ciudad, sus horizontes repetidos y su falta de historia e identidad.
Maldice de corazón el infinito de casas idénticas que rodean en espirales su
centro de antigüedad fingida. Sufre, secretamente, la belleza mediocre de sus
calles y la inmediatez del mar, sufre aún más el atardecer y el olor a azahares
y todo lo que lo ata. Continúa el niño, con algo que es más crujido de madera
que voz, delatando el amor y el cansancio, la sed de evasión y maravilla.
Viaja.
Sus ojos vueltos hacia dentro rememoran su marcharse. Una y otra vez se
transforma, habla de Italia, Alemania, Francia, de los interminables viajes en
tren y en barco. Del mar sin limites, del desierto al anochecer, del frío en la
montaña. De las ruinas romanas en Inglaterra y de los edificios de cristal en
Manhattan. Del Nilo y el Amazonas. Su voz trasparenta al niño que describe con la precisión de un experto
las rutas y las ciudades. Caravanas y balsas. Las fiebres en la selva de las
que casi no regresa y del hachis en la India. Cientos de ciudades inmensas y
miles de pueblos sin nombre, y los quince años errándolos.
Ha
envejecido en un instante, pero su voz adquiere un vigor ausente de duda o
dolor. Con un amor que no merecieron París o Roma, describe un pueblo de
piedras y cabras, la torpeza inocente, diccionario en mano, de esa turista en
aquel pequeño café. Detalle a detalle construye la conversación primera, la
sorpresa de la lengua materna compartida, el servicio de guía improvisado. Con
el mismo amor de los mapas describe la ruta de sus caricias encontradas, la
geografía de su cuerpo y los ríos de cabellos apelmazados en el sudor de su
pasión. Y su voz se rompe en la palabra “azahar” al describir el cítrico perfume
de su cuello.
¿Cómo
será habitar un sueño que apenas y puedes recordar?
Imposible
azar. Ella venía de la misma ciudad donde él nació. Siguieron las ciudades
revisitadas en el fresco asombro de los ojos de ella y las noches del invierno
europeo juntos. Con ella deshizo los pasos hacia su tierra natal.
Una
voz rota surge de un cuerpo joven y demacrado, llena de resentimiento. Cuenta
los veinte años que sobrevinieron, las dos décadas de trabajar en la escuela de
idiomas, viajando únicamente con la lengua. El amor, el amor hermoso pero
confinado en horizontes insignificantes, a la ciudad gris y el ocaso naranja. Y
los hijos como anclas en esta tierra. Y la certeza de que moriría a menos de
veinte kilómetros de donde había nacido.
Sus
formas siguen yendo y viniendo, ya no solo su apariencia y su voz se confunden…
de pronto no reconozco si es risa o llanto lo que somete su narración.
Alzheimer,
murmura, trasmutando. Desmesuradamente abre los ojos, como si quisiera que en
ellos mida yo la magnitud de su tristeza.
Sus
manos tiemblan y esconde el rostro tras ellas. Todo su cuerpo tiembla y las
imágenes se transfiguran. Un llanto de recién nacido mezclado con una
risa senil y cansada, sin frontera definida.
Alzheimer,
Alzheimer, Alzheimer.
Se perdió un día, me cuenta. De pronto no supo encontrar
el camino a su casa, un camino de pasos repetidos durante veinte años. Miró la ciudad,
desconcertado. La ciudad espantosamente familiar que lo extraviaba.
Vinieron
noches desveladas ante mapas. El diagrama de su ciudad, la casa remarcada de
rojo, las rutas comunes trazadas de negro. Y los mapamundis, y el diario.
Anotó
todas sus rutinas, aprendió a guardar todo siempre en el mismo sitio. A no olvidar.
Aprendió a leer su diario todas las mañanas, como un rito.
Hizo
las maletas lentamente. Vería el mundo una vez más.
Los
aviones sustituyeron a los barcos. La tarjeta de crédito al amasijo de billetes
extranjeros. Los taxis a sus pies. Pero nada sustituyó a la maravilla.
Confió
al diario el viento con aroma a sal que lo despertó en el Mediterráneo, el
aliento helado de las montañas, también el terror de despertar enteramente confundido
en hoteles de nombres que no podía leer. Escribió cada vez que pudo sobre la
calma de su cruzada sin memoria ni rastro.
Y los
paisajes, la respiración contenida en ciudades de acero y cristal, la antigua
piedra de murallas, arena dorada y blanca. La selva y la montaña.
El
diario creció, se multiplicó, se volvió la parte más grande del equipaje. Se transformó en una
docena de cuadernos anotados. El diario cruzó el Sahara en su propio camello.
Las
noches de fiebre en la selva los cuadernos y los mapas cercaron su sueño
delirante, donde el mundo era una tienda de modelos en miniaturas. Un sueño
donde la torre Eiffel estaba junto a la Casa de la Ópera y el Kremlin cercado
por Stonehenge y los ríos eran tinta
azul. Sueños donde él recorría una ciudad con nombres incomprensibles en las
calles y un olor a una flor sin nombre lo perdía.
El
bote hizo aguas en las costas de Madagascar. Le entregaron sus diarios
ilegibles por la sal. Los mapas con la tinta emborronada. Apenas y él mismo
sobrevivió al viaje. No lo hizo su lucidez.
Vagó
los últimos días por las playas de arena blanca, atisbando un continente que
bien podría ser cualquiera.
Se
tendió con el mar lamiendo su silueta, vio el delirio del mundo en su cabeza
por última vez: un globo pequeño y fatigado y repetido. Y maravilloso.
Sintió,
como un geoposicionador en el corazón, las coordenadas feroces: no podía estar
más lejos del sitio donde nació que precisamente en ellas. Cerró lo ojos y se dejó llevar
por un repentino olor a azahares.
Su fantasma ahora deambula por la tierra que lo vio
nacer, un fantasma antípoda a los huesos que habitó. Viejo, joven, niño, la
memoria lo extravía, en una ciudad intensamente repetida.
Y a veces, solo a veces, murmura:
Me dices mujer, mujer de mi vida, sentido de mis
huesos, que no me marche, que no me marche a cruzar fronteras. Que no me marche
a desconocerme en lenguas, a perderme en rostros extranjeros. Amor de mi vida, terrible
amor de mi vida, ancla y todo, me pides que no fatigue al mundo paso a paso,
que no me vaya... a terminar en una tumba sin nombre y sin memoria, a morir
entre extraños.
Y yo te digo, amor que no me quedo, que no me quedo
porque quedarme lo mismo seria, quedarme sería para morir entre extraños.
I love every waving thing
Ataraxia
Sueños
I spent the flight of my days
Agoté el vuelo de mis días
spying the sea.
espiando el mar.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
When I smiled
Cuando sonreía
my teeth were mysterious
mis dientes eran misteriosos,
there are waves in my soul,
hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
era salada y fresca.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
I spent the flight of my days
Agoté el vuelo de mis días
spying the sea.
espiando el mar.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
When I smiled
Cuando sonreía
my teeth were mysterious
mis dientes eran misteriosos,
there are waves in my soul,
hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh
era salada y fresca.
I love every waving thing.
Amo el oleaje.
I love every waving thing.
Amo el oleaje.
Speak to me of my death
Háblame de mi muerte
so that I feel a reason to remember
para que sienta una razón para recordar.
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
Today I'm afraid of having been...
Hoy tengo miedo de haber estado...
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
spying the sea...
espiando el mar...
spying the sea...
espiando el mar...
I spent the flight of my days
Agoté el vuelo de mis días
spying the sea.
espiando el mar.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
When I smiled
Cuando sonreía
my teeth were mysterious
mis dientes eran misteriosos,
there are waves in my soul,
hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
era salada y fresca.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
Speak to me of my death
Háblame de mi muerte
so that I feel a reason to remember
para que sienta una razón para recordar.
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
spying the sea...
espiando el mar..
there are waves in my soul,
hay olas en mi alma.
The edge of my clothes
La orilla de mis vestiduras
was salty and fresh.
era salada y fresca.
I love every waving thing
Amo el oleaje.
spying the sea...
espiando el mar..
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
salty and fresh.
salada y fresca.
spying the sea...
espiando el mar...
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
I'm afraid of having been...
Tengo miedo de haber estado...
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
(I love every waving thing)
(Amo el oleaje)
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