El espejo negro
Siempre les contemplé a la distancia. Eran idénticos, en la misma postura: una rodilla en suelo y una mano acariciando la tierra, como si la lápida no fuera tal sino un espejo oscuro que dividia esa simetria alucinada. Los ojos de uno recorrían obsesivamente las letras de la cripta, la fecha, el nombre que compartía. El otro mirada los ojos y los seguía, como si la lápida negra le resultara transparente.
Aunque he de decir que no eran realmente idénticos. Lo eran al nivel de los gemelos, pero unos gemelos que han vivido separados y la vida escribe en sus rostros historias diferentes. ¿Cuál era la historia amarga, cuál la digna de repetirse, quién estaba vivo y quién estaba muerto, qué diferencia milimétrica tenían la maldición de sus existencias?
¿Quién, dígamos, de los dos estaba muerto y quién estaba vivo? Si los miraras, no podrías decirlo.
Claro que eso es porque tú está vivo. Yo desde luego veo la diferencia.
En términos humanos, claro, yo también podría confundirme. Es decir, aquel pálido, vestido de negro, con marcas de insomnio, con la mirada enrojecida y acuosa y ese tic en los labios de alguien que está acostumbrado a callar, ¿no sería obvio que lo elegiriamos como el fantasma? Sobre todo si frente a él se sienta su positivo, sus mismos rasgos pero como si hubieran recorrido una vida más amable y menos soportada, sin las marcas del sufrimiento. Pero ya sabes lo engañosa de la belleza en los fantasmas. Somos una idea vanagloriosa y cansada. Vamos, somos bellos porque así nos recordamos.
Les miro atentamente, cada vez que vienen, a una prudencial distancia. Miro como uno de ellos murmura y murmura, confundido sin saber si habla para el otro o para sí mismo y sin distinguir en su cabeza si es que existe alguna diferencia. El otro mueve los labios, mascullando una imitación y traza con el mismo movimiento nervioso el intricado arabesco del otro en la tierra. Cuando se despiden, tocan la lápida como un espejo de mármol que separara sus manos.
Ambos se marchan del cementerio, uno a grandes zancadas, el otro sencillamente deja de estar ahí.
Lo sigo, no siempre, pero a veces lo sigo. No me hace falta hacerlo, su mente es transparente, sus recuerdo claros y obvios. Podría en cualquier momento y en cualquier instante pensar en él y beber su memoria. La metáfora es correcta, la memoria es como un lago en el te inclinaras y llevases agua a tus labios sin agacharte completamente. Entre tus manos va una porción de recuerdos, se derrama entre tus dedos y poco a poco cae y al final humedes los labios con una breve imagen mental. Podria cerrar mis ojos y estirar mi mano hacia su mente... Sin embargo, lo sigo. Lo he seguido por años.
No, no es nadie especial. Es el amor a las sagas literarias, a las series de televisión interminables, a los realities shows y a contemplar trenes esperando un choque. Es vivir otra vida solo porque la tuya es insoportable.
Esa vida que he seguido como un programa de tv. La niñez de anodina normalidad, con sus dosis de crueldad recibida y otorgada; los años de descubrimiento, donde la más pertubada sexualidad no es sino la sombra de la psicosis tan naturalmente humana de la manipulación, la hipocresía y el odio disimulado. Adolescencia le llamamos. Crece, en esa relación tensa de sobreponerse al asco, el asco de sí mismo, el asco por el mundo, por lo que se espera de él, por lo que el mundo hace con su planes. Esa eterna naúsea de simular que no sentimos asco por estar vivos, asco de lo que nos pide el cuerpo, de nuestros instintos y de a lo que reduciriamos el mundo si pudieramos soportar salir sin máscaras. Maduramos en saborear ese asco hasta que se esfuma la sensación entre los dientes apretados.
Son esos los pensamientos que me llegan como olas de un mar más oscuro y profundo. Olas que se desprenden en su paso apresurado por la ruta más larga hacia su casa desde el cementerio.
Piensa, sin duda, en el suicidio.
Sin embargo, llega a casa. Su madre lo mira, no dice una palabra. Hace años que aprendió a respetar el rito, a no decir "feliz cumpleaños", a no hornear un pastel o preguntarle por su comida favorita. Lo deja subir sin retenerlo con palabras a su habitación. Lo mira por la escalera y frota sus sienes como si con ello alejara sus pensamientos, como sin con ello los arrugara como hojas de papel y los arrojara a un rincón de su mente.
Él se recuesta en la cama, mira el ventilador del techo y la araña que se mueve detrás como atrapada en un zoótropo. Piensa, piensa muchísimo y duerme.
Un año después regresa a la tumba. Los miro. Cuando se va, lo sigo de nuevo.
Recorre las calles como una espiral en cuyo centro le aguarda el hogar. Sus pensamientos, furiosos torrentes de aguas negras, sus veintisiete años, tan palpables y de una normalidad terrible. Viviendo la vida, intentando ser lo mejor de lo mejor, esforzándose en las calificaciones, en ser un deportista y ser feliz, amar y ser amado, vertiginosamente consumido por la necesidad, esa imperiosa sed de estoy vivo mi momento mi vida vivir al máximo carpe diem la vida es un instante y una sola. Los años del ritual, aquellos jornadas terribles de confesión... Aquel primer año donde dejó su juguete favorito al pie de la tumba; los que siguieron, cuando contó sus primeros amores y el patetismo de su corazón roto; cuando enterró a ras de tierra los primeros poemas. Aquel oscuro año donde se sacó las vendas de las muñecas y pidió perdón a gritos.
Se desborda. Y el cielo es un eco turbulento en los presagios de tormenta.
Los años que vinieron, las drogas, los reintentos de suicidio, la tierra húmeda de lágrimas de vergüenza, arrepentimiento y lástima. Las miles de noches solo y la terrible novedad de que no sabía o no podía ser feliz.
Llega a casa casi a las once de la noche, agotado y sudoroso. Su madre se finge dormida, sabe que busca confrontación, que busca imponerle esos pensamientos. Es como si ella se ahogara en el torrente que yo siento y supiera que solo compartiéndolos pudiera salir a flote. Y como burbujas de un pantano, en su mente rebullen.
Él mira el techo, mira el ventilador. Y otra araña se mueve en su zoótropo improvisado. Se descuelga inconsciente hacia las aspas y desaparece al instante.
Desaparece al instante. Como si no hubiera estado ahí, como si no hubiera estado nunca.
Piensa, piensa muchísimo. Yo miro sus pensamientos, fluyendo como a través de cauces conocidos, o como si se destilaran a través de tubos y matraces que nadie se había percatado que estuvieran ahí hasta que se llenan de líquido.
Y debajo, en la sala, en un sofá un burbuja sale a la superficie y revienta en la mente de su madre como una sentencia: ¿Y si hubiera vivido él y no tú?
Corre entre la lluvia de verano, en los últimos minutos antes de la medianoche, corre, es feliz. Libre de la culpa, libre de una vida de intentar ser feliz, libre de buscar satisfacción en este horror, en esta tragedia, libre de sentir satisfacción de estar vivo. Libre de ahogarse en el asco y la verguenza de existir en este mundo con la responsabilidad y la condena de vivir "a la altura".
Su madre tocará la puerta, preguntará por el ruido extraño que hace el ventilador. Su mente se siente traicionada. Por un segundo pensó en su hijo, su hijo pequeño. No el que está en su habitación, sino el que yace en una tumba pequeña, sin motivos religiosos, en el cementerio. Pensará en aquella noche en que debió nacer pero vino al mundo muerto. Pensará en su miedo cuando cuatro meses después descubrió que estaba embarazada de nuevo y ya no el miedo sino el terror de la noche del primer aniversario luctuoso cuando otro niño vino al mundo, esta vez respirando y disipando el horror con la nota de su llanto.
Pensará en todo eso, entre la devastación de una puerta no asegurada, una nota garabateada y el espectáculo del cuerpo de su hijo girando lentamente con el ventilador.
Y entre la lluvia que nadie puede sentir, esa fría lluvia de los cementerios, al pie de una lápida, dos figuras se miran fijamente. Una murmura, con la voz inexperta de los recién muertos, torrentes de imágenes y un traslúcido e incomprensible regocijo y la redundancia de una idea fija: eternidad, juntos.
Y la otra figura, se sorprenderá al ser mirada por primera vez. Se sentirá desnudo en su belleza de vida no vivida, de vida soñada pero rota. Tan bello como un ángel de mármol, siendo ambos la alegoría perfecta de una belleza que no existe. Pero sostendrá la mirada. La inesperada mirada y su claro significado.
Te odio.
Un relámpago y nada, como si nunca hubiera estado ahí, el fantasma de una inexistencia.
Aunque he de decir que no eran realmente idénticos. Lo eran al nivel de los gemelos, pero unos gemelos que han vivido separados y la vida escribe en sus rostros historias diferentes. ¿Cuál era la historia amarga, cuál la digna de repetirse, quién estaba vivo y quién estaba muerto, qué diferencia milimétrica tenían la maldición de sus existencias?
¿Quién, dígamos, de los dos estaba muerto y quién estaba vivo? Si los miraras, no podrías decirlo.
Claro que eso es porque tú está vivo. Yo desde luego veo la diferencia.
En términos humanos, claro, yo también podría confundirme. Es decir, aquel pálido, vestido de negro, con marcas de insomnio, con la mirada enrojecida y acuosa y ese tic en los labios de alguien que está acostumbrado a callar, ¿no sería obvio que lo elegiriamos como el fantasma? Sobre todo si frente a él se sienta su positivo, sus mismos rasgos pero como si hubieran recorrido una vida más amable y menos soportada, sin las marcas del sufrimiento. Pero ya sabes lo engañosa de la belleza en los fantasmas. Somos una idea vanagloriosa y cansada. Vamos, somos bellos porque así nos recordamos.
Les miro atentamente, cada vez que vienen, a una prudencial distancia. Miro como uno de ellos murmura y murmura, confundido sin saber si habla para el otro o para sí mismo y sin distinguir en su cabeza si es que existe alguna diferencia. El otro mueve los labios, mascullando una imitación y traza con el mismo movimiento nervioso el intricado arabesco del otro en la tierra. Cuando se despiden, tocan la lápida como un espejo de mármol que separara sus manos.
Ambos se marchan del cementerio, uno a grandes zancadas, el otro sencillamente deja de estar ahí.
Lo sigo, no siempre, pero a veces lo sigo. No me hace falta hacerlo, su mente es transparente, sus recuerdo claros y obvios. Podría en cualquier momento y en cualquier instante pensar en él y beber su memoria. La metáfora es correcta, la memoria es como un lago en el te inclinaras y llevases agua a tus labios sin agacharte completamente. Entre tus manos va una porción de recuerdos, se derrama entre tus dedos y poco a poco cae y al final humedes los labios con una breve imagen mental. Podria cerrar mis ojos y estirar mi mano hacia su mente... Sin embargo, lo sigo. Lo he seguido por años.
No, no es nadie especial. Es el amor a las sagas literarias, a las series de televisión interminables, a los realities shows y a contemplar trenes esperando un choque. Es vivir otra vida solo porque la tuya es insoportable.
Esa vida que he seguido como un programa de tv. La niñez de anodina normalidad, con sus dosis de crueldad recibida y otorgada; los años de descubrimiento, donde la más pertubada sexualidad no es sino la sombra de la psicosis tan naturalmente humana de la manipulación, la hipocresía y el odio disimulado. Adolescencia le llamamos. Crece, en esa relación tensa de sobreponerse al asco, el asco de sí mismo, el asco por el mundo, por lo que se espera de él, por lo que el mundo hace con su planes. Esa eterna naúsea de simular que no sentimos asco por estar vivos, asco de lo que nos pide el cuerpo, de nuestros instintos y de a lo que reduciriamos el mundo si pudieramos soportar salir sin máscaras. Maduramos en saborear ese asco hasta que se esfuma la sensación entre los dientes apretados.
Son esos los pensamientos que me llegan como olas de un mar más oscuro y profundo. Olas que se desprenden en su paso apresurado por la ruta más larga hacia su casa desde el cementerio.
Piensa, sin duda, en el suicidio.
Sin embargo, llega a casa. Su madre lo mira, no dice una palabra. Hace años que aprendió a respetar el rito, a no decir "feliz cumpleaños", a no hornear un pastel o preguntarle por su comida favorita. Lo deja subir sin retenerlo con palabras a su habitación. Lo mira por la escalera y frota sus sienes como si con ello alejara sus pensamientos, como sin con ello los arrugara como hojas de papel y los arrojara a un rincón de su mente.
Él se recuesta en la cama, mira el ventilador del techo y la araña que se mueve detrás como atrapada en un zoótropo. Piensa, piensa muchísimo y duerme.
Un año después regresa a la tumba. Los miro. Cuando se va, lo sigo de nuevo.
Recorre las calles como una espiral en cuyo centro le aguarda el hogar. Sus pensamientos, furiosos torrentes de aguas negras, sus veintisiete años, tan palpables y de una normalidad terrible. Viviendo la vida, intentando ser lo mejor de lo mejor, esforzándose en las calificaciones, en ser un deportista y ser feliz, amar y ser amado, vertiginosamente consumido por la necesidad, esa imperiosa sed de estoy vivo mi momento mi vida vivir al máximo carpe diem la vida es un instante y una sola. Los años del ritual, aquellos jornadas terribles de confesión... Aquel primer año donde dejó su juguete favorito al pie de la tumba; los que siguieron, cuando contó sus primeros amores y el patetismo de su corazón roto; cuando enterró a ras de tierra los primeros poemas. Aquel oscuro año donde se sacó las vendas de las muñecas y pidió perdón a gritos.
Se desborda. Y el cielo es un eco turbulento en los presagios de tormenta.
Los años que vinieron, las drogas, los reintentos de suicidio, la tierra húmeda de lágrimas de vergüenza, arrepentimiento y lástima. Las miles de noches solo y la terrible novedad de que no sabía o no podía ser feliz.
Llega a casa casi a las once de la noche, agotado y sudoroso. Su madre se finge dormida, sabe que busca confrontación, que busca imponerle esos pensamientos. Es como si ella se ahogara en el torrente que yo siento y supiera que solo compartiéndolos pudiera salir a flote. Y como burbujas de un pantano, en su mente rebullen.
Él mira el techo, mira el ventilador. Y otra araña se mueve en su zoótropo improvisado. Se descuelga inconsciente hacia las aspas y desaparece al instante.
Desaparece al instante. Como si no hubiera estado ahí, como si no hubiera estado nunca.
Piensa, piensa muchísimo. Yo miro sus pensamientos, fluyendo como a través de cauces conocidos, o como si se destilaran a través de tubos y matraces que nadie se había percatado que estuvieran ahí hasta que se llenan de líquido.
Y debajo, en la sala, en un sofá un burbuja sale a la superficie y revienta en la mente de su madre como una sentencia: ¿Y si hubiera vivido él y no tú?
Corre entre la lluvia de verano, en los últimos minutos antes de la medianoche, corre, es feliz. Libre de la culpa, libre de una vida de intentar ser feliz, libre de buscar satisfacción en este horror, en esta tragedia, libre de sentir satisfacción de estar vivo. Libre de ahogarse en el asco y la verguenza de existir en este mundo con la responsabilidad y la condena de vivir "a la altura".
Su madre tocará la puerta, preguntará por el ruido extraño que hace el ventilador. Su mente se siente traicionada. Por un segundo pensó en su hijo, su hijo pequeño. No el que está en su habitación, sino el que yace en una tumba pequeña, sin motivos religiosos, en el cementerio. Pensará en aquella noche en que debió nacer pero vino al mundo muerto. Pensará en su miedo cuando cuatro meses después descubrió que estaba embarazada de nuevo y ya no el miedo sino el terror de la noche del primer aniversario luctuoso cuando otro niño vino al mundo, esta vez respirando y disipando el horror con la nota de su llanto.
Pensará en todo eso, entre la devastación de una puerta no asegurada, una nota garabateada y el espectáculo del cuerpo de su hijo girando lentamente con el ventilador.
Y entre la lluvia que nadie puede sentir, esa fría lluvia de los cementerios, al pie de una lápida, dos figuras se miran fijamente. Una murmura, con la voz inexperta de los recién muertos, torrentes de imágenes y un traslúcido e incomprensible regocijo y la redundancia de una idea fija: eternidad, juntos.
Y la otra figura, se sorprenderá al ser mirada por primera vez. Se sentirá desnudo en su belleza de vida no vivida, de vida soñada pero rota. Tan bello como un ángel de mármol, siendo ambos la alegoría perfecta de una belleza que no existe. Pero sostendrá la mirada. La inesperada mirada y su claro significado.
Te odio.
Un relámpago y nada, como si nunca hubiera estado ahí, el fantasma de una inexistencia.
Down Where I Am
Demons & Wizards
Touched by the Crimson King
Isn't it great to see
¿No es maravilloso ver
how life begins
cómo la vida comienza?
Things may change,
Las cosas puedes cambiar,
let the joy begin.
deja la alegría comenzar.
Can you hear this new life crying?
¿Puedes escuchar esta nueva vida llorando?
Breathe it out it will be worth it
Respira profundo que valdrá la pena,
show me a newborn smile.
muéstrame una sonrisa recién nacida.
(Please tell me why...)
(Por favor dime por qué...)
I don't want to hold you,
No quiero abrazarte,
I don't want to see you
no quiero verte.
(Please tell me why...)
(Por favor dime por qué...)
Cause even your smile hurts,
Porque tu sonrisa duele,
oh it hurts like hell.
oh, duele como un infierno.
Isn't it good to see how life begins
¿No es bueno ver cómo la vida comienza?
There's no sin and there's no crime.
No hay pecado, no hay crimen.
Down where I am,
Abajo, donde estoy yo,
there's no bitter end at all.
no hay amargo final después de todo.
This bitterness is endless,
Esta amargura es interminable,
keeps going on and on...
y sigue y sigue...
(I don't want to hold you,
(No quiero abrazarte,
I don't want to see you...)
No quiero verte...)
Even birth can bear disgrace.
Cada nacimiento puede traer desgracia.
(I don't want to hold you,
(No quiero abrazarte,
I don't want to see you...)
No quiero verte...)
Or even the smile upon your face
O incluso la sonrisa sobre tu rostro.
I fear my heart and fear my soul
Temo a mi corazón y temo a mi alma
and all the things that are unknown.
y a todas las que cosas que desconozco.
There's a chance things will turn wrong my friend.
existe la posibilidad de que las cosas vayan mal, amigo mío.
Far too fast I'm losing ground,
Demasiado rápido estoy perdiendo el piso,
well let's face it here it now:
bien, enfrentémoslo aquí y ahora:
You're not welcome you should know.
Tú no eres bienvenido, debes saberlo.
I fear my heart and fear my soul.
Temo a mi corazón y temo a mi alma.
Life goes on it surely will
La vida sigue, lo hará
without me, I wonder:
sin mí, me pregunto:
will I ever see light again?
¿veré la luz de nuevo?
Will I ever see light again?
¿Veré la luz de nuevo?
Life goes on...
La vida sigue...
I don't want to hold you,
No quiero abrazarte,
I don't want to see you.
No quiero verte.
A tear of joy turned into grey
Una lágrima de alegría se volvió gris
and I can't stand it anymore
y no puedo soportarlo más.
I don't want to hold you,
No quiero abrazarte,
I don't want to see you.
no quiero verte.
A tear of joy turned into grey.
Una lágrima de alegría se volvió gris.
Now sadness reigns...
Ahora la tristeza reina...
I don't want to hold you,
No quiero abrazarte,
I don't want to see you.
No quiero verte.
A tear of joy turned into grey.
Una lágrima de alegría se volvió gris.
Son there is no healing hand.
Hijo, aquí no hay una mano sanadora.
I don't want to hold you,
No quiero abrazarte,
I don't want to see you.
No quiero verte.
A tear of joy turned into grey.
Una lágrima de alegría se volvió gris.
Down where I am
Abajo, donde estoy yo
that's where darkness grows
que es donde la oscuridad crece
and silence is your only friend...
y el silencio es mi único amigo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario