A 50 años del Sputnik
Me besó dulcemente en la frente y me dijo lo que sentía. Que era sólo que yo le gustaba. Que había dudado mucho, pero que no había podido evitarlo. "Tú también me gusta", le dije. "Así que no te preocupes por nada. Sigo queriendo que estés a mi lado."
Luego, Sumire permaneció mucho rato con la cabeza hundida en la almohada, derramando las lágrimas contenidas durante largo tiempo. Mientras tanto, yo le acariciaba la espalda desnuda. Desde el cuello a la cintura, sintiendo la forma de sus huesos, uno a uno, bajo las yemas de mis dedos. También yo hubiese querido llorar. Pero no podía.
Y entonces lo comprendí. Habíamos sido unas magníficas compañeras de viaje, pero, en definitiva, no éramos más que dos solitarios pedazos de metal trazando su órbita cada una. Desde lejos parecían bellos como estrellas fugaces.
Fragmento de Sputnik, mi amor de Haruki Murakami
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