Fin del mundo
Pienso en los arabescos finales, la extraña firma de mi sangre en una cursiva roja. El último mensaje de un destino críptico, que poco a poco se disfumina en el tenue vino que llenará mi crisálida líquida.
Cuando el agua se convierta en vino estaré muerta.
Le pondrán tu nombre a mi desesperación cuando todo se sepa. Pero, amado, tu nombre resbala de mí como el deseo cuando te marchabas. Serán los sueños mi desesperación.
Fui feliz, amado, te vi venir cuando no esperaba ya nada. Te recibí entre mis dolores familiares, mis rutinas amargas, ei café de las tardes y mi llorar frente al espejo del baño. Te vi venir, aceite de luz, frágil. Te miré como se miran los castillos de arena, las mariposas y la sorpresa de los colibríes.
No lo entendiste, amado. Fuí feliz contigo. Me hiciste inmensamente feliz. Fuíste la poesía de mis sentidos y el amor (mírame, mírame a mí, por dios, escribír amor). En esa patraña que es el destino, ese universo de ficciones, ese sentido de existencia, fuíste tú la clave.
Te amé como a nadie. Y cerré la ventana de mi corazón.
No te pido que me perdones, que lo entiendas siquiera. Es absurda la escena de tu voz atravesando la puerta de mi casa y haciendo vibrar el humo de un cigarrillo que moría lentamente en mi boca como en la tuya el llanto.
Fui feliz contigo. Y fui también una extraña. Me moví por las ternuras de nuestro encuentro, hechos de guiños, poemas y canciones, me moví a través de ellos, como en un campo plantado de cristal. Era un sueño y sentía los hilos.
Fui infeliz, antes de ti, tan desesperadamente infeliz y estuve tan profundamente sola, que cuando llegaste todo fue extraño. Toda la felicidad era un guión a interpretar. Un escenario dado en el que no pude actuar desde mis cicatrices.
Pienso. Mis cicatrices. Ninguna es visible y sin embargo, me marcan más que si me atravesaran el rostro. Pienso. Y miro, la cicatriz en mi muslo que no tendrá tiempo de formarse.
Y te pienso, sin amor, este viernes de madrugada, solo. Pensándome a través de los muros que erigí entre nosotros, de silencio y distancia, te pienso pensándome, y te pienso sin amor, amor.
El mundo se acaba, amor.
La fiebre de un sábado azul
y un domingo sin tristezas.
Esquivas a tu corazón
y destrozas tu cabeza,
y en tu voz, sólo un pálido adios
y el reloj en tu puño marcó las tres.
El sueño de un sol y de un mar
y una vida peligrosa
cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad por rosas
te hace bien, tanto como hace mal
te hace odiar, tanto como querer y más.
Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas
Cambiaste de sexo y de Dios
de color y de fronteras
pero en sí, nada más cambiarás
y un sensual abandono vendrá y el fin.
Y llevas el caño a tu sien
apretando bien las muelas
y cierras los ojos y ves
todo el mar en primavera
bang, bang, bang
hojas muertas que caen,
siempre igual,
los que no pueden más
se van.