El baile
Baila, mujer, gira entre los espejos que repiten tu imagen. Baila, amor, deja que tu padre mire el reloj, en vana pretensión de encerrarte en el tiempo. Baila conmigo, mientras el húsar, tu prometido, afina su bigote con un gesto feroz, mientras se acerca a mí con esa mala fiebre de los celos y me arroja su guante. Baila, baila entre los espejos, los abanicos, las mujeres, las columnas, el jarrón de la China, las medallas de los embajadores, los perfumes, los murmullos. Baila, con tus quince años apretados a mí ahora y mañana cuando avance por la niebla del bosque entre esos hombres enlutados y tristes, cuando atraviese con mi sable el corazón del húsar. Baila ahora, mujer, antes de que tu padre se desmorone como el muro que cae por el fuego de la artillería, antes que tu madre sea una mortaja blanca que se pudre en un apacible y bello cementerio al que llevas tus flores. Baila, querida, antes que las otras parejas se conviertan en humo y ya no pueda decirte amor. Baila, baila, porque ya empieza a destrozarse el cortinado, las tapicerías de la casa, ya entran los buhos por la ventana, ya los violines dejan de tocar, ya te mueres, mientras yo, veinte siglos después te recuerdo y te amo, el que baila contigo esta noche, entre los espejos que repiten tu imagen.
Pedro Orgambide